...Creo que esta tarde de lunes es un momento oportuno para continuar con nuestro paseo...
Cerca, muy cerca, del Rano Raraku está Ahu Tongariki, un lugar que muchos habréis visto en fotografías pero que os aseguro que en persona es imponente. La primera vez que llegué no pude verlo, pero pude intuirlo. Y fue tremendo. El sol se había marchado a alumbrar otro rincón del mundo cuando Jose decidió que quería parar. Bajamos del coche, y en silencio, nos fuimos separando, cada uno de los tres que estábamos (Miru, Jose y yo) para ubicarnos donde el sentimiento nos pedía. José, después de treinta años en Nueva Zelanda, y casado con una Maorí, habla mejor ese idioma que el Rapa Nui, así que saludó a sus antepasados de una manera, cuanto menos, inquietante.
De pronto sentí quince sombras abrigándome. José me explicó que yo también podía presentarme. Que aunque no eran mis antepasados (aunque Undo llegó a pensar que sí lo eran!) como un signo de respeto podía acercarme y decirles que había llegado. Él lo hizo a gritos. Yo les saludé en silencio.
Y cada vez que pasaba por delante de ellos lo hacía. Esta fotografía está tomada el día que di la vuelta a la Isla en bicicleta. Cuando llegué estábamos los 16. Los Pukaos en el suelo, y ellos mirando al cielo. Yo también miraba al cielo, ya que desde donde estaba, mirarles a ellos era mirar al cielo.... tal es su tamaño.
Estoy segura que por la noche hablan. Que se hablan entre ellos y que hablan con las estrellas, y con las flores naranjas que había cerca de ellos... Hasta creo que durante el día hablan con las nubes y con los pájaros. Estoy convencida.
Nos dicen cosas que solo podemos escuchar en sueños.
Nos desvelan respuestas a preguntas que todavía no se nos han planteado.
Lo sé.
Cerca, muy cerca, del Rano Raraku está Ahu Tongariki, un lugar que muchos habréis visto en fotografías pero que os aseguro que en persona es imponente. La primera vez que llegué no pude verlo, pero pude intuirlo. Y fue tremendo. El sol se había marchado a alumbrar otro rincón del mundo cuando Jose decidió que quería parar. Bajamos del coche, y en silencio, nos fuimos separando, cada uno de los tres que estábamos (Miru, Jose y yo) para ubicarnos donde el sentimiento nos pedía. José, después de treinta años en Nueva Zelanda, y casado con una Maorí, habla mejor ese idioma que el Rapa Nui, así que saludó a sus antepasados de una manera, cuanto menos, inquietante.
De pronto sentí quince sombras abrigándome. José me explicó que yo también podía presentarme. Que aunque no eran mis antepasados (aunque Undo llegó a pensar que sí lo eran!) como un signo de respeto podía acercarme y decirles que había llegado. Él lo hizo a gritos. Yo les saludé en silencio.
Y cada vez que pasaba por delante de ellos lo hacía. Esta fotografía está tomada el día que di la vuelta a la Isla en bicicleta. Cuando llegué estábamos los 16. Los Pukaos en el suelo, y ellos mirando al cielo. Yo también miraba al cielo, ya que desde donde estaba, mirarles a ellos era mirar al cielo.... tal es su tamaño.
Estoy segura que por la noche hablan. Que se hablan entre ellos y que hablan con las estrellas, y con las flores naranjas que había cerca de ellos... Hasta creo que durante el día hablan con las nubes y con los pájaros. Estoy convencida.
Nos dicen cosas que solo podemos escuchar en sueños.
Nos desvelan respuestas a preguntas que todavía no se nos han planteado.
Lo sé.
3 comentarios:
Y detenidos se contemplan ya para siempre.
¿cómo lo sabes?
Ahora el ombligo del mundo está más cerca de nosotros, gracias a este paseo.
Puede que así no te peines nunca
;-)
Imponentes...
Publicar un comentario