domingo, noviembre 12, 2006

MURAKAMI


Hay tantas cosas interesantes y apasionantes por leer que la urgencia por leer un libro y no otro me viene (casi siempre) dada por necesidades vitales o anécdotas casuales mas que por nuevas publicaciones o "nuevos lanzamientos". Pero he dicho casi siempre. Porque hay dos excepciones. Estas excepciones se deben principalmente a que la mayoría de los escritores que me apasionan hace añares que pasaron a mejor vida... Pero hay dos excepciones: una es Auster. otra es Murakami. Un escritor japonés mas conocido en occidente que en Japón. Cosas que pasan.
Espero ansiosa la publicación en Enero próximo de Viajes en el Scriptorium de mi querido Auster. Me conformo con los adelantos y con releer algunas de sus historias... o las partes que tengo subrayadas de sus libros ya devorados. Y entonces, leo la noticia de la nueva novela de Murakami, Kafka en la Orilla. Las fechas del lanzamiento son confusas... y bueno, hasta el viernes al menos no estaba en ninguna libreria. Ayer no pude encontrarla, quizás mañana....

Japón es uno de esos destinos tan lejanos, tan extraños, que pienso a veces que no existe... sino que es el escenario de un libro que una vez leí. Pero resulta que existe, lo sé... y por primera vez se me ha despertado las ansias de visitarlo.... Uno de mis primeros contactos serios con él fue precisamente con Murakami, y su Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.... un fantástico libro que metió a Japón en mi vida... Después llegaron las postales de una amiga que se perdió por ahí... los calendarios y amuletos que una prima, deseosa de que lo mejor llegase a mi vida, me trajo... incluso una camiseta única y fantástica de Fukuoka. Entre medias llegó el inquietante Tokio Blues, de nuestro autor protagonista del post de hoy... Un libro que no sabes si es un canto a la vida o a la muerte... al sexo o al amor... o a la amistad. Fascinante en cualquier caso... así que espero ansiosa la nueva obra.. Os iré contando.

De momento...

A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir cruzándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta. (...)

Y tú en verdad la cruzarás, claro está. Esta violenta tormenta de arena. Esta tormenta de arena metafísica y simbólica. Pero por más metafísica y simbólica que sea, te rasgará cruelmente la carne como si de mil cuchillas se tratase. Muchas personas han derramado allí su sangre y tú, asimismo, derramarás allí la tuya. Sangre caliente y roja. Y esa sangre se verterá en tus manos. Tu sangre y, también, la sangre de los demás.

Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que el tú que surja de la tormenta no será el mismo tú que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

"Franz Kafka se detuvo delante de la niña.
—Hola.
La niña dejó de gritar, pero no de llorar. Levantó la cabeza y se encontró con él. En su desesperada crispación ni siquiera le había visto acercarse. Los ojos eran dos lagos desbordados, y los ríos que fluían de ellos formaban torrentes libres que resbalaban por las mejillas hasta el vacío abierto bajo la barbilla.
Hizo dos, tres sonoros pucheros antes de responder:
—Hola.
—¿Qué te sucede?
No lo miró con miedo. Pura inocencia. Cuando la vida florece todo son ventanas y puertas abiertas. En sus ojos más bien había dolor, pena, tristeza, una soterrada emoción que la llevaba a tener la sensibilidad a flor de piel.
—¿Te has perdido? —preguntó Franz Kafka ante su silencio.
—Yo no.
Le sonó extraño. “Yo no". En lugar decir "No" decía "Yo no".
—¿Dónde vives?
La niña señaló de forma imprecisa hacia su izquierda, en dirección a las casas recortadas por entre las copas de los árboles. Eso alivió al atribulado rescatador de niñas llorosas, porque dejaba claro que no estaba perdida.
—¿Te ha hecho daño alguien? —sabía que no había nadie cerca, pero era una pregunta obligada, y más en aquellos segundos decisivos en los que se estaba ganando su confianza.
Ella negó con la cabeza.
"Yo no".
Estaba claro que quien se había perdido era su hermano pequeño.
¿Cómo permitía una madre responsable, por vigilante o atenta que estuviese, dejar que sus hijos jugaran solos en el parque, aunque fuese uno tan apacible y hermoso como el Steglitz?
¿Y si él fuese un monstruo, un asesino de niñas?
—Así pues, no te has perdido —quiso dejarlo claro.
—Yo no, ya se lo he dicho —suspiró la pequeña.
—¿Quién entonces?
—Mi muñeca.
Las lágrimas, detenidas momentáneamente, reaparecieron en los ojos de su dueña. Recordar a su muñeca volvió a sumirla en la más profunda de las amarguras. Franz Kafka intentó evitar que diera aquel paso atrás.
—¿Tu muñeca? —repitió estúpidamente.
—Sí.
Muñeca o no, hermano o no, eran las lágrimas más sinceras y dolorosas que jamás hubiese visto. Lágrimas de una angustia suprema y una tristeza insondable.
¿Qué podía hacer ahora?
No tenía ni idea.
¿Irse? Estaba atrapado por el invisible círculo de la traumatizada protagonista de la escena. Pero quedarse... ¿Para qué?
No sabía cómo hablarle a una niña.
Y más a una niña que lloraba porque acababa de perder a su muñeca.
—¿Dónde la has visto por última vez?
—En aquel banco.
—¿Tú qué has hecho?
—Jugaba allí —le señaló una zona en la que había niños jugando.
—¿Y has estado allí mucho tiempo?
—No sé.
Aquellas sin duda eran las preguntas que haría un policía ante un delito, pero ni era un delito ni él un policía. El protagonista del incidente ni siquiera era un adulto. Eso le incomodó aún más. La singularidad del hecho lo tenía más y más atrapado. Quería irse pero no podía. Aquella niña y el abismo de sus ojos llorosos lo retenían.
Una excusa, un "lo siento", bastaría. De vuelta a su hogar. O una recomendación: "Vete a casa, niña". Tan sencillo.
¿Por qué el dolor infantil es tan poderoso?
La situación era real. La relación de una niña con su muñeca es de las más fuertes del universo. Una fuerza descomunal ovida por una energía tremenda.
Y entonces, de pronto, Franz Kafka se quedó frío.
La solución era tan sencilla...
Al menos para su mente de escritor.
—Espera, espera, ¡qué tonto soy! ¿Cómo se llama tu muñeca?
—Brígida.
—¿Brígida? ¡Por supuesto! —soltó una risa de lo más convincente—. ¡Es ella, sí! No recordaba el nombre, ¡perdona! ¡Qué despistado soy a veces! ¡Con tanto trabajo!
La niña abrió sus ojos.
—Tu muñeca no se ha perdido —dijo Franz Kafka alegremente—. ¡Se ha ido de viaje!"

Tot dijo...

Es maravillosa la historia de Kafka y la muñeca viajera... Gracias por traérnosla aquí, Rojo...

Anónimo dijo...

"Estábamos sentados el uno junto al otro, como siempre, en el viejo sofá de cuero del estudio de mi padre. Al joven llamado Cuervo le gusta ese sitio. Le encantan los pequeños objetos que se encuentran en él. Ahora juguetea con el pisapapeles de cristal con forma de abeja que tiene en la mano. Pero no hace falta decir que, cuando mi padre está en casa, ni se acerca.

Y yo digo:

–De todas formas, tengo que irme de aquí. No hay vuelta de hoja.

–Sí, tal vez –asiente el joven llamado Cuervo. Deposita el pisapapeles sobre la mesa y cruza las manos por detrás de la cabeza–. Pero aquí no acaba el asunto. Parece que no haga más que echarte jarros de agua fría, pero yo no tengo muy claro que yéndote, por muy lejos que te vayas, puedas escapar. Me da la impresión de que no hay que confiar demasiado en la distancia.

Pienso una vez más en la distancia. El joven llamado Cuervo lanza un suspiro y se presiona los párpados con las yemas de los dedos. Me habla con los ojos cerrados, desde el fondo de las tinieblas.

–Juguemos a lo de siempre –propone.

–De acuerdo –digo. Yo también cierro los ojos y, en silencio, respiro hondo.

–¿Listo? Imagínate una tempestad de arena terrible, terrible de verdad –dice–. Y olvida cualquier otra cosa.

Tal como me ha dicho, imagino una tempestad de arena terrible, terrible de verdad. Y olvido cualquier otra cosa. Incluso quién soy. Me quedo en blanco. Las cosas van aflorando enseguida. Y él y yo las compartimos en el viejo sofá de cuero del estudio de mi padre, como siempre.

–A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar –me comenta el joven llamado Cuervo.



(...)




Me imagino una tormenta como ésa. Un blanco remolino que apunta al cielo, irguiéndose vertical como una gruesa maroma. Mantengo los ojos y las orejas fuertemente tapados con ambas manos. Para que la fina arena no se me meta en el cuerpo. La tormenta se acerca deprisa. Desde lejos puedo sentir la fuerza del viento en la piel. Va a engullirme de un momento a otro.

El chico llamado Cuervo posa con suavidad una mano sobre mi hombro. La tormenta de arena se desvanece. Pero yo continúo aún con los ojos cerrados.

–Tú, ahora, tendrás que ser el chico de quince años más fuerte del mundo. Sólo así lograrás sobrevivir. Y, para ello, deberás comprender por ti mismo lo que significa ser fuerte de verdad. ¿Entiendes?

Me limito a permanecer callado. Me gustaría hundirme poco a poco en el sueño sintiendo su mano sobre mi hombro. Un tenue aleteo llega a mis oídos.

–Tú, ahora, pronto te convertirás en el chico de quince años más fuerte del mundo –me repite al oído en voz baja el joven llamado Cuervo mientras me dispongo a dormir. Como si tatuara con tinta azul oscuro estas palabras en mi corazón.





(...)





El día de mi decimoquinto cumpleaños me escapé de casa, me marché a una ciudad desconocida y empecé a vivir en un rincón de una pequeña biblioteca.

Claro que si contara las cosas por orden, tal como ocurrieron, el relato se extendería una semana más. Sin embargo, si tocamos sólo los puntos esenciales, eso fue lo que ocurrió: el día de mi decimoquinto cumpleaños me escapé de casa, me marché a una ciudad desconocida y empecé a vivir en un rincón de una pequeña biblioteca.

Quizá parezca un cuento de hadas. Pero no lo es. En ningún sentido."

Anónimo dijo...

Estamos en lo mismo! eh? Tiene buena pinta, verdad?

CReo que por fin sale la próxima semana.

Anónimo dijo...

Universo Murakami, eso mismo escribía yo esta mañana.
Ayer lo compré y parece qe una vez haruki nos va arrollar con sus personajes y situaciones.
Yo también me quedé "pillada" con la tormenta de arena ... espectalur. Buen preámbulo.

Pues nada espero que disfrutemos todos con Kafka en la orilla ... y ya iremos comentando.

Carmen Fernández Etreros dijo...

Me he vuelto una enganchada a Murakami. Acabo de descubrir tu blog. Felicidades