No se sabe exactamente cuando empezaron a construirse estos muñequitos, pero desde luego que de antes del S.XIX, ya que aparecen documentados y fotografiados... Muchas de estas calacas tenían una función muy clara: Se destinaban a la ofrenda de niños muertos, con el fin de que los pequeños tuvieran con qué jugar durante su visita a la tierra (el enterramiento...)
Hay también calacas de azúcar, que se regalan en estos días, con tu nombre en caramelo. Es un regalo que se agradece, que en ningún momento ofende, puesto que el mismo hecho de recibirlo garantiza el estar vivo.
Y es que eso es lo que consigue el mexicano con su manera de celebrar la muerte: Celebrar la vida. Como dicen ellos, de aquí a cien años todos seremos pelones...
En cualquier caso, la asociación entre la calavera y la muerte es algo que ha acompañado nuestro arte ( y nuestro transcurrir) añares y añares... pero cierto es que en esta sociedad, el que uno se coma una calavera de azucar y la disfrute... o que un padre le regale una calaca a su hija para jugar, es algo que nos inquieta. Es lo que tiene el etnocentrismo. No obstante, desde el lugar en que nos encontramos ahora, podemos aprender mucho del culto mexicano a la calaca.
Somos europeos y la muerte, en principio, nos atemoriza. Evitamos hablar de ella, e incluso la negamos, convirtiendo nuestros cementerios en casi casi, una urbanización más.
Quizás tengo que ver que México no haya interiorizado como nosotros el concepto de Infierno. Su concepción de la muerte es radicalmente opuesta a la nuestra, pero también la concepción de la vida... ya que La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida, según dijo Octavio Paz , que poco a poco, está siendo superada, aun manteniendo sus viejos y dulces rituales...
Si os interesa el tema, os invito a que os déis un paseo por aquí.... Mientras tanto... seguiremos hablando de la muerte... de los muertos, y de los estamos aquí, leyendo... y de todo lo que tenemos que celebrar.... antes de que se nos haga tarde.