lunes, octubre 13, 2008

ESE HOTEL INFINITO....QUE ES MI CORAZÓN


El infinito es un ocho que duerme.
Y el ocho es ese movimiento eterno de la línea sigmoidea... es decir, que el ocho es el infinito despierto, pero anclado en si mismo...


Y me ha venido esto a la cabeza por esas relaciones de ida y vuelta que encuentro a mi alrededor... Por ese "la dejo, estoy contigo... pero solo para volver con ella y dejarte a ti dando vueltas no sobre una línea sigmoidea, si no sobre ti misma en una danza solitaria que te maree, te deje exhausta, agotada y triste..."

Las veo desde fuera y lo peor aún, no hace tanto viví una desde dentro, y aquí ando, danzando, dando vueltas sobre el centro fatal ese de "no entiendo nada", sola, mareada y exhausta.


Leo en algún lugar que el infinito es también llamado el "lazo del amor".... y pienso que me gustan los lazos que unen, pero no los que atrapan en peligrosas líneas sigmoideas sin principio ni final... Creo, que en esto del amor, una cosa es ir juntos en la misma dirección, y otra bien distinta, moverse siempre atrapados en el mismo ir y venir... en el mismo devenir eterno de ida y vuelta sobre unas líneas que, lo queramos o no, terminarán gastándose...


Alguien me cuenta que esos dos circulitos que componen ese ocho que duerme equivalen, uno al sexo y otro al cerebro, en una lucha que parece eterna y que guarda en sí (que mentirosos....) la contraposición eterna... ¿Es que nadie se excita con la cabeza? ¿Es que acaso, no es la cabeza, la que nos traduce en palabras lo que estamos sintiendo mas abajo? ¿Y cuando recordamos el sexo, no lo traemos desde la cabeza, pasándolo de nuevo por el corazón?....
¿Nos pre-ocupa (de ocupar primero...) el infinito? Si es tan grande que se sale de nosotros, aunque seamos nosotros quienes lo hayamos pensando, ¿de verdad nos interesa?...

Lo hemos intentado traducir desde las matemáticas, la física, incluso de la filosofía...

Yo soy de letras, así que el infinito me queda bastante lejos. También soy (cada vez más) de hechos que de palabras, así que los amores infinitos, esos de ida y vuelta que me apean de mis propias ilusiones me obligan a no mirar atrás, y si bien no veo el horizonte (¿es finito o infinito?) asumo que mis pasos si serán finitos, y que tarde o temprano llegaré a algún lugar donde mis ilusiones no solo sean aceptadas, valoradas y queridas: También celebradas.
Y por supuesto, compartidas.

Lo único que me quedo de este concepto extraño y simple al mismo tiempo es con la paradoja del
Hotel Infinito... un hotel de infinitas habitaciones puede aceptar más huéspedes, incluso si está lleno... Y es que creo que así quiero que sea mi corazón... Un lugar que aunque este lleno siempre pueda aceptar más huéspedes... un lugar que aunque algún desconsiderado me lo rompa o algún pirómano le prenda fuego renazca, siempre... brillando y brillante, dispuesto a creer que a pesar de todo puede seguir amando. Dispuesto a creer que a pesar de todo, merece ser amado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola. Acabo de recalar en tu Blog; me parece sumamente interesante y con gran calidad. Te invito al mío y pasaré por aquí frecuentemente.

Anónimo dijo...

Sería bonito el desterrar el derecho de admisión a ese hotel infinito del que hablas...pero, la realidad, la triste realidad es que algunas personas simplemente se alojan y pronto se creen que es solamente suyo, en exclusiva, y por tanto te piden pronto el que tengas que decir: " no , la habitación está ocupada "; de ahí lo de okupas del corazón. Te destierran de las personas

Cristina dijo...

Y me pregunto yo: ¿se puede llamar amor a ese infinito de idas y venidas que te deja mareada, exhausta y triste? Hay muchas mentiras en esto del amor, pero lo que nunca nos miente es esa vocecita interna que nos habla a la cara y sin rodeos, por mucho que queramos hacerle oídos sordos.

El hotel infinito del corazón, puede ser infinito para algunos tipos de amor, pero debe ser completamente finito para otros.

Dále un toque al ocho que duerme en ese amor vaivén, despiértalo, levántalo y a caminar para encontrar con quien dejar dormido otra vez al ocho entre sus brazos seguros y merecedores.

Un besico.