Esta noche es especial. Al menos para mí. Esta noche convivo con la liminalidad en mi propia casa. No está en mi cuarto, pero si está cerca...
En uno cuya ventana puedo ver desde mi cama...
En un cuarto que hasta este mediodía era un híbrido entre cuarto de invitados, lugar de trabajo, y cuarto de la música... Le llamo liminal porque ya no es el que ha sido y porque todavía no es el que será. Es un cuarto pintado de verde, del color de la esperanza... de un verde que con la luz del día llena la habitación de vida.
He estado todo el día desmantelándolo, porque esta racha de cambios que me acecha desde hace unos meses (no en vano me hizo redecorar este mismo espacio...) ha afectado también a la decoración de mi hogar... que desde entonces no para de cambiar... en colores, en nuevo mobiliario, incluso en nuevos invitados...
Si, llevo todo el día sacando libros, músicas, cuadernos, y apuntes, muchísimos apuntes... desde el instituto hasta el doctorado. Me ha inquietado la rectitud de mi camino... ya que en los cuadernos del colegio me quería psicóloga, y en los del instituto, antropóloga... Por no hablar de los entrenos y los cursos de entrenadores a los que no asistía ni como alumna ni docente, si no como hija de alumna. Es curiosa la vida como te lleva en primera clase a los lugares que quisiste evitar..
Pero la inquietud no solo llega ahí. La inquietud llega también en la certeza de una habitación vacía.
En las habitaciones vacías, independientemente de que haya habido vida antes o no, la voz nos suena diferente. Hasta el interruptor de la luz suena diferente. Las habitaciones vacías suenan a hueco. Y tienen cierto eco. Pero es que en las habitaciones vacías la luz ilumina diferente... Los detalles imperceptibles de sombras en el suelo, en las paredes, se iluminan de manera diferente.
Las habitaciones vacías son muy poco acogedoras... Ese sonido hueco las hace frías... Impersonales... Impacientes por ser reinventadas con nuevos detalles, con nuevas láminas... y lo más importante: con nuevas vivencias.
Algo así como lo que les pasa a los solos... No en vano, el ser humano desde que nace se pega la vida huyendo de los lugares vacíos...
Al fin y al cabo, no los conoce.. o mejor dicho, no se reconoce en ellos.
Nacemos de la plenitud, no de la vacuidad.
Es normal, por tanto, que no nos reconozcamos en ella...
En uno cuya ventana puedo ver desde mi cama...
En un cuarto que hasta este mediodía era un híbrido entre cuarto de invitados, lugar de trabajo, y cuarto de la música... Le llamo liminal porque ya no es el que ha sido y porque todavía no es el que será. Es un cuarto pintado de verde, del color de la esperanza... de un verde que con la luz del día llena la habitación de vida.
He estado todo el día desmantelándolo, porque esta racha de cambios que me acecha desde hace unos meses (no en vano me hizo redecorar este mismo espacio...) ha afectado también a la decoración de mi hogar... que desde entonces no para de cambiar... en colores, en nuevo mobiliario, incluso en nuevos invitados...
Si, llevo todo el día sacando libros, músicas, cuadernos, y apuntes, muchísimos apuntes... desde el instituto hasta el doctorado. Me ha inquietado la rectitud de mi camino... ya que en los cuadernos del colegio me quería psicóloga, y en los del instituto, antropóloga... Por no hablar de los entrenos y los cursos de entrenadores a los que no asistía ni como alumna ni docente, si no como hija de alumna. Es curiosa la vida como te lleva en primera clase a los lugares que quisiste evitar..
Pero la inquietud no solo llega ahí. La inquietud llega también en la certeza de una habitación vacía.
En las habitaciones vacías, independientemente de que haya habido vida antes o no, la voz nos suena diferente. Hasta el interruptor de la luz suena diferente. Las habitaciones vacías suenan a hueco. Y tienen cierto eco. Pero es que en las habitaciones vacías la luz ilumina diferente... Los detalles imperceptibles de sombras en el suelo, en las paredes, se iluminan de manera diferente.
Las habitaciones vacías son muy poco acogedoras... Ese sonido hueco las hace frías... Impersonales... Impacientes por ser reinventadas con nuevos detalles, con nuevas láminas... y lo más importante: con nuevas vivencias.
Algo así como lo que les pasa a los solos... No en vano, el ser humano desde que nace se pega la vida huyendo de los lugares vacíos...
Al fin y al cabo, no los conoce.. o mejor dicho, no se reconoce en ellos.
Nacemos de la plenitud, no de la vacuidad.
Es normal, por tanto, que no nos reconozcamos en ella...
Y si.. es a la plenitud a lo que debemos aspirar. Ese es nuestro origen. Y nuestro destino.